Comentario
Conquista de Malinalco, Matalcinco y otros pueblos
A los dos días del desastre vinieron al campamento de Cortés los de Coahunauac, que hacía ya muchos días que eran sus amigos, a decirle que los de Malinalco y Cuixco les hacían la guerra, y les destruían los panes y frutas, y le amenazaban a él para después que los hubiesen a ellos vencido; por tanto, que les diese alguna ayuda de españoles. Cortés, aunque tenía más necesidad de ser socorrido que de socorrer, les prometió españoles, tanto por no perder crédito, cuando por la instancia con que los pedían; lo cual contradijeron algunos españoles, a quienes no les parecía bien sacar gente del ejército. Les dio ochenta peones españoles y diez de a caballo, y por capitán a Andrés de Tapia, a quien encargó mucho la guerra y la brevedad. Le dio diez días de plazo para ir y venir. Andrés de Tapia fue allá, se juntó con los de Coahunauac, halló los enemigos en una aldea cerca de Malinalco, peleó con ellos en campo raso, los desbarató y los siguió hasta la ciudad, que es un pueblo grande, abundante de agua, y asentado en un cerro muy alto, donde los caballos no podían subir. Taló lo llano, y se volvió. Hizo tanto fruto esta salida, que liberó a los amigos y atemorizó a los enemigos, que habían tomado alas pensando que iban muy de caída los españoles. Al segundo día que Andrés de Tapia llegó a Coahunauac, vinieron dieciséis mensajeros de lengua otomitlh, quejándose de los señores de la provincia de Matalcinco, sus vecinos, que les hacían cruda guerra y que les habían destruido la tierra, quemado un lugar y llevado a la gente; y que venían hacia México con el propósito de pelear con los españoles, para que saliesen entonces los de la ciudad y los matasen o echasen del cerco; y que preparase pronto el remedio, porque no estaba de allí más que a doce leguas, y eran muchos. Cortés creyó ser así, porque días atrás, cuando andaban peleando, le amenazaban los mexicanos con Matalcinco. Envía allá a Gonzalo de Sandoval con dieciocho caballos y cien peones, y con muchos de aquella serranía que estaban hacía días en el cerco. Tanto hizo Cortés esto por no mostrar flaqueza a los amigos y enemigos, como por socorrer a aquéllos; que bien sabía en cuánto peligro andaban los que iban y los que quedaban, y que se quejaban los suyos. Sandoval partió, durmió dos noches en tierra de Otomitlh, que estaba destruida; llegó después a un río que pasaban los enemigos, los cuales llevaban gran prisa de un lugar que acababan de quemar; y como vieron españoles y hombres a caballo, huyeron, dejando buena parte del despojo. Pasaron otro río y se detuvieron en un llano. Sandoval los siguió. Halló en el camino fardos de ropa, cargas de centli y niños asados. Arremetió a los enemigos con los caballos. Llegaron luego los de a pie, y con ellos los desbarató. Huyeron. Los siguió hasta encerrarlos en Matalcinco, que estaba a tres leguas. Murieron en el alcance dos mil. La ciudad se puso en defensa para que entretanto se fuesen las mujeres y los muchachos y llevasen la ropa a un cerro muy alto, donde había una especie de fortaleza. Acabaron en esto de llegar nuestros amigos, que serían hasta setenta mil. Entraron dentro, echaron fuera a los vecinos, saquearon el pueblo y luego lo quemaron, y en esto se pasó la noche. Los vencidos se refugiaron en el cerro que digo. Tuvieron grandes llantos y alaridos y un estruendo increíble de atabales y bocinas hasta medianoche, pues después todos se fueron de allí. Sandoval sacó todo su ejército luego, por la mañana. Fue al cerro, y no halló a nadie ni rastro de los enemigos. Dio sobre un lugar que estaba de guerra; mas el señor dejó las armas, abrió las puertas, se entregó, y prometió atraer a la paz a los de Matalcinco, Malinalco y Cuixco. Y lo cumplió, porque luego les habló y los llevó a Cortés. Él los perdonó, y ellos le sirvieron muy bien en el cerco, lo cual sintió mucho el rey Cuahutimoccín.